Una breve psicología de la autoestima
¿Qué es la autoestima?
La autoestima no es otra cosa que un nombre técnico para referirse a lo que solemos llamar amor propio. Si la examinamos, veremos que la autoestima surge de la capacidad de apreciarse a uno mismo en su justa medida, saber identificar sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y poder estar razonable orgulloso de aquellos y tolerante con éstos. Por lo tanto, esto implica poder querer lo que uno es verdaderamente, de manera estable.
La autoestima emana también de la posibilidad de alcanzar los objetivos que uno se pone, a condición de que sean posibles y motivantes, y no imposibles y aplastantes. Para poder sentirse a gusto consigo mismo la distancia entre lo que uno es y lo que uno quisiera ser debe de ser estimulante, no infranqueable. De allí vienen las frases tales como “donde poner el listón” o “estar a la altura”. Si el listón está demasiado alto, es una fuente de frustración constante, si está demasiado bajo el aburrimiento prevalece.
Cuando la autoestima está dañada el sujeto no puede aceptarse y no consigue quererse tal como es. Tenderá también a tener un juicio muy severo sobre sí mismo, lo cual rebajará aún más su autoestima, fomentando de esta manera el círculo vicioso en el cual se encuentran muchas personas que sufren de este tipo de dificultades.
¿Cuáles son las fuentes de la autoestima?
La autoestima tiene cuatro fuentes que se suceden en el desarrollo y que se imbrican íntimamente una vez que la persona ha llegado a la edad adulta.
La primera fuente es la más incierta de todas dado que no tenemos los medios para comprobarla empíricamente; no obstante, se hipotetiza esta fase a partir de las fantasías más primitivas observadas en pacientes adultos. Consideramos que en todo bebé pequeño existe una etapa de autosatisfacción y de completud absolutos en la cual el bebé está perfectamente contento de sí mismo y se encuentra sumergido en un bienestar indiferenciado del cual se siente el centro y el creador. Este estado no puede mantenerse, evidentemente, sin la participación muy activa de una figura principal de cuidados que provee el contexto suficientemente satisfactorio para el bebé, pero éste no se da realmente cuenta de ello en ese momento.
Esta figura de cuidados nos lleva a la segunda fuente que es la investidura masiva de amor que los padres normales hacen en su bebé; queriéndole tanto le rellenan las reservas de amor propio y le ofrecen un capital de amor del cual estará bien provisto toda la vida. Es importante notar que este primer amor parental masivo es, para un observador externo, desproporcionado a la realidad del bebé, pero es absolutamente normal y necesario que así sea al principio. Todos tenemos que ser “su majestad el bebé” un cierto tiempo.
Poco a poco, a medida que el niño crece, este amor enorme e indiferenciado de los padres de modificará en función del comportamiento del niño. Al enseñar al niño las normas y las aspiraciones de la familia y de su sociedad (adecuadas para su edad), los padres le muestran, delicada y firmemente, el camino para ser amable y aceptable. Este aprendizaje desemboca en la interiorización de las normas y las aspiraciones que se cristalizan formando una consciencia moral. Esta consciencia moral recompensa una buena conducta con una sentimiento interno de orgullo merecido, y castiga una mala conducta con un sentimiento interno de culpabilidad o vergüenza. Este es el fin de la constitución de la tercera fuente, que es esencialmente interna.
La cuarta fuente es la más visible de todas, dada que es principalmente externa, y tiene que ver con el reconocimiento que el individuo adulto recibe de los otros. Al actuar de una manera que es valorada por su entorno, el individuo recibirá el reconocimiento de los demás, que contribuirá a su autoestima. Cuando existen defectos de la autoestima esta cuarta fuente será la más utilizada para intentar colmar la falta.
Los trastornos de la autoestima
Los trastornos de la autoestima provienen de un trauma durante la constitución de una de esta fuentes. Cuanto más temprano es el trauma, más grave serán las consecuencias. Los traumas pueden ser provocados por exceso o por defecto, pueden ser repentinos y masivos, pero también pueden ser pequeños y acumulativos.
Los psicólogos y los otros profesionales de la salud mental llevan tiempo observando que los trastornos de la autoestima son, desde hace varias décadas, más y más frecuentes. Se manifiestan a nivel emocional por una falta de confianza en sí mismo, sentimientos de inferioridad, un afecto depresivo (a menudo inconsciente), ciertas inhibiciones, y la comparación constante con los otros. En el campo corporal, se manifiestan ruidosamente en todos los trastornos alimentarios y de no aceptación del cuerpo ––tan frecuentes hoy en día en occidente–– tales como la anorexia, la bulimia, la vigorexia y las intervenciones de cirugía cosmética.
Dado que los trastornos de la autoestima son particularmente dolorosos emocionalmente, a menudo son acompañados por comportamientos compensatorios que intentan reducir los sentimientos lacerantes de falta y fracaso. Todas las manifestaciones corporales que acabamos de mencionar son comportamientos compensatorios de una manera u otra. En el campo emocional, la compensación se manifiesta habitualmente con una máscara de superioridad evidente (o secreta), el desprecio por los otros, la acumulación de riquezas, una extrema competitividad, etc. Desafortunadamente, los esfuerzos compensatorios sólo funcionan de manera provisional y necesitan ser renovados constantemente para sostener el equilibrio frágil en el cual el individuo vive.
Los trastornos de la autoestima conllevan, también, como marca identificatoria, una necesidad perentoria e indiscriminada de gustar a los demás, lo que compromete seriamente la libertad del individuo. Sentir que uno debe gustar a todo el mundo todo el tiempo ––o que uno debe gustar enormemente–– no solamente está condenado al fracaso pero también hace que sea imposible ocuparse de uno mismo porque el sujeto se encuentra embrollado en lo que cree que son los deseos de los demás. La identidad auténtica del sujeto se convierte en rehén de la necesidad de amoldarse a los deseos del otro, lo cual frecuentemente ocasiona un sentimiento de agotamiento crónico y falsedad.
Una tal precariedad emocional explica que estas personas son a menudo extremadamente sensibles a las reacciones de los demás, lo que a veces les beneficia, pero frecuentemente tienden a exagerar, sin darse cuenta, la importancia de lo que creen percibir en los demás.
Naturalmente todo esto es una cuestión de medida: bien entendido, todos queremos gustar a los demás y todos hacemos ciertos esfuerzo de adaptación a los demás –– de hecho, el buen funcionamiento de las relaciones personales y de la sociedad dependen de ello. Las dificultades aparecen cuando esto se hace excesivo.
Un aspecto del tratamiento de los trastornos de la autoestima
Las personas que sufren de dificultades en su autoestima se sienten, conscientemente o no, profundamente heridas y son estas heridas que están en el origen de su gran sensibilidad. Por lo tanto, las intervenciones del psicólogo deben de tener aún más tacto y delicadeza de lo que suele usar para no provocar nuevas heridas. El psicólogo deberá poder crear un contexto terapéutico profundamente continente donde el/la paciente se sentirá seguro(a) para abordar las heridas dolorosas y empezar el trabajo de sanarlas.